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Las obras de la carne – 6 – Iras

La ira no siempre tiene un sentido negativo. De hecho, en varias ocasiones en las Escrituras, se nos habla acerca de la ira de Dios. Como, por ejemplo, “Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia” (Romanos 1:18).

Dios en su ira

Dios no peca al manifestar su ira y, de la misma manera, como hijos de Dios podemos sentir ira de una forma correcta, sin pecar. Por eso nos dice Efesios 4:26, “Airaos, pero no pequéis”. En cuanto a Dios, su ira es la indignación y el enojo hacia el pecado. El pecado va contra su carácter santo y puro. Dios, en su perfección, nunca pierde el control por su ira. No se vuelve un ser impredecible cuando está enojado. Dios es lento para la ira, y su ira siempre está en perfecto control, balance y armonía con el resto de sus atributos.

Dios se airó contra el pueblo de Israel por su constante incredulidad y murmuración contra Dios, “Por tanto, juré en mi ira: No entrarán en mi reposo” (Hebreos 3:11). Contra las naciones por su idolatría e inmoralidad, “Con ira hollaste la tierra, con furor trillaste las naciones” (Habacuc 3:12).

La ira en el ser humano

El caso es que nosotros, como seres humanos, no nos airamos como lo hace Dios. Más bien, todo lo que Dios no hace en su ira, es precisamente lo que nosotros hacemos. En la ira perdemos el control, nos volvemos impredecibles y explosivos. Nos enojamos sin ninguna razón, o por razones muy egoístas, y nos enojamos con facilidad.

La mayoría de las veces, cuando nos airamos, pecamos.

La ira, en algunos, es como la pólvora, una sola chispa la hace explotar
Salomón en sus proverbios habla con frecuencia sobre el iracundo. “El hombre iracundo promueve contiendas”; “El de grande ira llevará la pena; y si usa de violencias, añadirá nuevos males”; “Cruel es la ira, e impetuoso el furor” (Proverbios 15:18; 19:19; 27:4).

Esaú perdió el control por su ira y quiso matar a su hermano. Saúl explotó en furor y lanzó una lanza a su propio hijo para herirlo. Moisés en su furor ofendió al pueblo de Dios. Reyes llenos de enojo afrentaron a los profetas, los hirieron o mataron. Somos igual de propensos a hacer lo mismo en nuestra ira incontrolada. El Señor declaró que el enojo es la raíz del homicidio, cuando dijo: “cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio” (Mateo 5:22).

Algunos se airaron porque se les dijo la verdad. Otros se airaron porque no consiguieron el beneficio que quisieron. Otros, por envidia. La ira, en algunos, es como la pólvora, una sola chispa la hace explotar. ¿Cuál es ese pequeño fuego que enciente tu ira? Recordemos que “El que fácilmente se enoja hará locuras” (Proverbios 14:17).

El antídoto a la ira

El fruto del Espíritu es lo que contrarresta las obras de la carne. Amor, paciencia, mansedumbre y templanza. Ocuparnos en estas cosas nos ayudarán a formar un carácter como el de nuestro Salvador. Pensar en lo positivo y bueno (Filipenses 4:8) preservarán nuestra mente de la chispa explosiva que provoque nuestra ira. A los Efesios el apóstol les dice: “Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia” (Efesios 4:31). ¿Será este versículo una secuencia en orden? La amargura es la chispa que muchas veces explota la pólvora. Después se produce el enojo y la ira, se alza la voz, comienza la gritería y, finalmente, se ha perdido el control completamente y se comienzan a decir cosas inciertas e hirientes con el fin de hacer daño al otro.

Hay que tener cuidado con la ira. Quien busca la salida fácil dirá: “Ese es mi carácter, y allá al que no le guste”. Quien se justifica dirá: “Es que me provocan, por eso me enojo”. Esa no debe ser la actitud de un creyente: ni buscar la salida fácil, ni tratar de justificarse. Más bien examinarse a la luz de la Palabra de Dios, la cual es útil “para redargüir, para corregir”. Pedir al Señor su ayuda para cambiar.

“Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros” (Colosenses 3:12-13).

Miguel Mosquera

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