«Entonces llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad sobre los espíritus inmundos, para que los echasen fuera, y para sanar toda enfermedad y toda dolencia… A estos doce envió Jesús» (Mateo 10.1,5)
El primer paso que toma el Señor es llamarlos, que se acerquen donde Él está. Estos son hombres diferentes unos de otros, de diferente carácter, familia, estilo de vida, forma de trabajo, pero que serán capaces de trabajar juntos porque tienen un mismo Salvador y un mismo Señor. Es importante que al servir al Señor, cualquiera sea la actividad para la que Él nos ha llamado, que estemos tiempo a solas con Él, para escuchar sus instrucciones y aprender del Maestro.
Pero el Señor no los envía sin antes capacitarlos para lo que van a hacer. Nunca Dios envía a un creyente para hacer un servicio sin antes darle las herramientas para hacerlo. La obra hubiese sido difícil en extremo si el Señor no les hubiese capacitado antes: sanar enfermos, limpiar leprosos, resucitar muertos, nada de eso hubiesen podido hacer, pero con el poder del Señor esto es posible. Muchas veces vemos el camino empinado, los obstáculos difíciles, y si pensamos que lo podemos hacer bajo nuestra propia fuerza vamos a fracasar, pero si el Señor nos llama, Él nos capacita. Moisés decía que no sabía hablar y Dios le dijo ¿Quién dio la boca al hombre? (Éxodo 4.11), y más adelante vemos la elocuencia de Moisés enseñando la ley al pueblo y guiándoles a través del desierto.
Finalmente el Señor envía a sus discípulos. Él es el Señor de la mies y es Él quien envía. Estos hombres iban a aprender a trabajar juntos e iban a aprender a confiar en Aquél que los envió. El Señor llama a cada uno de su pueblo para un servicio diferente, bien sea en la clase bíblica, en el hogar, al predicar, en hospedar, muchos son los servicios a los que el Señor nos ha llamado, nos ha capacitado y nos está enviando. ¿Diré yo como Isaías, «Heme aquí, envíame a mí»?
Miguel Mosquera
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