Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con élJuan 3:2
La grandeza de Cristo no puede ser comparada con la de ningún otro. Las mismas señales que el Hijo de Dios hizo entre el pueblo eran evidencia de ello y personas como Nicodemo fueron testigos de esto y lo reconocieron. Cristo hizo lo que más nadie podía hacer. Él calmó la gran tempestad con plena autoridad (Mateo 8:27). Escupió en tierra e hizo lodo, lo untó en los ojos de uno que había nacido ciego y le dio la vista (Juan 9:6). Muchos habían tratado de dominar a aquel endemoniado de Gadara, pero fue Cristo quien lo libró de las cadenas del Maligno y le dio una nueva vida (Lucas 8:35).
Pero la grandeza de Cristo no solamente se ve en que Él hizo lo que más nadie podía hacer, sino que Él hizo lo que más nadie quería hacer. Lo vemos sentarse junto a un pozo y pedir agua a una mujer de Samaria. Ningún judío se hubiese atrevido a hacer esto, porque los “judíos y samaritanos no se tratan entre sí” (Juan 4:9). Era indignante para un judío. Sin embargo, la conversación que Cristo tuvo con esta mujer resultó en la salvación y satisfacción de ella, y de muchos otros en Samaria.
Tocó a un hombre lleno de lepra, algo que nadie haría porque sería contagiado, pero el toque de Cristo sanó a aquel hombre (Lucas 5:13). Recibió a una mujer pecadora, que ningún otro hubiese dejado acercarse (Lucas 7:39). Los que estaban sentados a la mesa con Él pensaron que era algo vergonzoso. Este encuentro con Cristo resultó para esta mujer el perdón de sus pecados y la paz en su corazón.
Aún va más allá. Pablo escribe a los romanos diciéndoles que es posible que alguno osara morir por el bueno, pero ninguno por los pecadores. Por lo que sigue diciendo: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8). Cristo hizo lo que nadie podía, ni quería, hacer: murió en la cruz para dar salvación a perdidos pecadores.
El resultado de la obra de la cruz es la salvación y vida eterna de todo aquel que confía en Él. Sin duda, ¡qué gran Salvador!
Miguel Mosquera
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