¿Un mismo hombre?
Generalmente se acepta que Bartolomé y Natanael son una y la misma persona. Esta presunción no deja de encerrar cierta duda, pero a la vez hay poca evidencia en su contra. Mateo y Lucas se refieren a este discípulo como Bartolomé mientras Juan le llama Natanael. En los primeros tres evangelios el nombre de Felipe —quien llevó a Natanael al Señor— figura al lado del de Bartolomé.
Algunos escritores sugieren que Natanael debe ser considerado su nombre y que Bartolomé indica algún nexo familiar. Bar quiere decir hijo; el nombre significa “hijo de Tolomé”. No era cosa rara en aquella sociedad que uno recibiera nombre doble; Mateo es a la vez Leví, y Lebeo es también Tadeo y Judas.
En el relato breve en Juan 1:45-51, al cual hemos hecho referencia ya, hay tres puntos acerca de Natanael que tal vez sean provechosos para mención: su llamamiento, carácter y confesión. Tomaremos nota también de la noche de pesca en Juan 21.
Su llamamiento
No se nos dice si este hombre era discípulo de Juan el Bautista. Probablemente lo era, y también compañero de Pedro, Jacobo, Juan y Andrés. Se nota que en Juan 1 la descripción del hombre es más amplia que las de los otros hombres mencionados, y esto en contraste con lo poco dicho acerca de él en los capítulos subsiguientes.
Se ha dicho que Juan 1 es el capítulo de los hallazgos; véanse los versículos 41,43 y 45. No es sólo que Felipe halló a Natanael sino que Jesús ya le había visto bajo la higuera.
Es un poco sorprendente que un hombre con la gracia que tenía Natanael, cosa que estudiaremos en un momento, sea el único discípulo mencionado en este capítulo que manifestó duda antes de aceptar que Jesús fuera el Cristo. Cuando Felipe le contó que había encontrado aquél de quien escribieron Moisés y los profetas, Natanael parece haber desacreditado la declaración. Su pregunta, o protesta, “¿De Nazaret puede salir algo de bueno?” da a entender que no estaba muy impresionado. Era galileo y sabía que el pueblo galileo de Nazaret tenía mala fama. No se consideraba apropiado pensar que el muy prometido Mesías podría proceder de aquella población.
Felipe no entró en discusión pero tampoco perdió interés por su amigo. Sabiamente, invitó al incrédulo a probar por sí. El mensaje, “Hemos hallado; ven; ve”, sigue siendo el mismo hoy en día. Tradición religiosa no fue el enfoque del testimonio del recién convertido; galileo y todo, éste es aquel de quien Moisés y los profetas dan testimonio. Felipe había tomado el paso de fe, e hizo ver a su amigo que él podría hacer lo mismo.
Su carácter
El carácter de Natanael Bartolomé queda revelado en la declaración de Juan 1:47, “He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño”. Así estimó nuestro Señor a uno cuyo nombre quiere decir, “dado por Dios”.
Sin duda Natanael vivía según la luz que tenía del Antiguo Testamento, un judío cumplido en sus deberes bajo la ley de Moisés¿Por qué un verdadero israelita? En la estimación de Jesús, éste estaba en la clase de Ana y Simeón de Lucas capítulo 2, quienes esperaban la consolación de Israel. Sin duda Natanael vivía según la luz que tenía del Antiguo Testamento, un judío cumplido en sus deberes bajo la ley de Moisés.
“En quien no hay engaño”. Maravillosas estas palabras procedentes de los labios de aquel que no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, pues sabía lo que había en el hombre. La declaración nos hace recordar las conversaciones que Él tendría con Nicodemo y la samaritana, cuando lo más íntimo saldría a la luz en pocos instantes. Natanael no era perfecto ni estaba sin pecado, pero era sincero dentro del marco de sus convicciones. Judío en extremo, no tenía los prejuicios ni el juicio sesgado de muchos hombres, y nuestro Señor sabía todo esto.
Aquí en la privacidad de su patio este judío ha podido estar meditando en la agitación existente en Judea, y no sería extraño que se haya encontrado en oración ferviente. En Zacarías 3:10 leemos que, “En aquel día … cada uno de vosotros convidará a su compañero, debajo de su vid y debajo de su higuera”. ¿Esperaba así Natanael el día de la venida de su Mesías? Parece que estaba aparejado para recibirle. Sea como fuere, el-Dios-que-ve, veía algo en Natanael pero no ha tenido a bien decirnos.
Había un gran movimiento entre los judíos en aquellos días. Juan el Bautista estaba anunciando que el reino de Dios se había acercado y llamaba a las multitudes al arrepentimiento. Venía el Rey, y el hacha estaba puesta a la raíz del árbol; el divino leñador tumbaría aquellos árboles que no llevaban fruto. A la vez, Roma estaba apagando los últimos rayos de libertad política que ese pueblo subyugado había tenido. Todo esto sería motivo de seria reflexión y perturbación para un israelita verdadero en quien no había engaño.
Su confesión
Se levantó, caminó hacia aquel que le veía, y oyó su declaración: “Antes que Felipe te llamara, … te vi” (Juan 1:48). Fue un caso como el de David cuando confesó en Salmo 139:2, “Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme; has entendido desde lejos mis pensamientos”. Desde luego, esa higuera es una figura de la nación de Israel, y el incidente es una miniatura de la recepción que esa nación va a dar al Mesías. Pero Natanael tenía que salir de por debajo de la higuera y recibirle por sí mismo.
Él exclamó: “Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel”. Esta confesión fue diferente a la del piadoso Simeón cuando dijo en el templo: “Han visto mis ojos tu salvación … luz para revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel” (Lucas 2:30-32). Felipe le había invitado a ver a Jesús, pero Natanael vio más.
Las palabras del Señor provocaron de este singular varón una gran confesión de la deidad y el señorío de uno que veía por vez primera. Los ojos de su entendimiento fueron abiertos para ver en Jesús de Nazaret el Hijo de Dios manifestado en carne y el verdadero Rey de la nación. Simeón vio más la manifestación a los pueblos, y Natanael vio la persona en sí.
¿Cómo sabía que Cristo era Hijo y Rey? Por su conocimiento del Antiguo Testamento: “… de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas”. El conocería bien el segundo salmo, donde habla Dios del Hijo y el rey, y posiblemente sabría también que Gabriel había anunciado la venida de uno que se llamaría Hijo del Altísimo. La confesión de este nuevo discípulo agradó al Señor, quien durante su ministerio terrenal nunca rehusó el título de rey de Israel. Contestó: “Cosas mayores que estas verás”.
Su equivocación
La última mención que hace Juan de Natanael está en contraste con la mención de la ausencia de engaño que ya hemos visto. Juan 21:2 relata que “estaban juntos Simón Pedro, Tomás llamado el Dídimo, Natanael el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo, y otros dos”. ¿Por qué identificar a sólo cinco entre siete? Pedro era el portavoz, y figuran sólo dos más por nombre: lado a lado, el hombre de las dudas y el hombre sin engaño…
Pedro quería pescar y los demás aceptaron. No había mandamiento, y parece que se trata de un brote de voluntad propia. ¿Por qué estaban al lado del lago en vez de reunidos en “el monte donde Jesús les había ordenado”? (Mateo 28:16). Algunos opinan que siempre fueron al lugar señalado pero se cansaron de la espera. Otros opinan que volvieron a la pesca para aumentar sus ingresos, por falta de fe. Si este fue el motivo, aprendieron algo, porque no pescaron nada.
Quizás no nos sorprende mucho el hecho de que Tomás, con sus acostumbradas dudas, se haya dejado arrastrar por el grupo, pero no pensábamos encontrar a Natanael entre ellos. Mejor le hubiera sido volver a sentarse debajo de la higuera en su huerto y meditar en el Hijo de Dios, el Rey de Israel. Más obtuvo en su silenciosa reflexión que en esta iniciativa extraña en una etapa de la vida cuando ha debido saber mejor.
Pero Natanael no es el único que ha comenzado bien la carrera cristiana y ha llegado a confiar en la carne más adelante. ¿Sabemos mejor, y hacemos mejor?
Héctor Alves
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