Habiendo considerado el comienzo de la vida del apóstol, pasemos a notar lecciones desde la crucifixión en adelante.
El Calvario y después
Ya no son los doce ni los tres. En el momento de la muerte el Señor necesita de los suyos, pero, hasta donde sabemos, puede contar sólo con el coraje de un grupo de damas y la constancia de Juan.
“Estaban junto a la cruz de Jesús su madre, y la hermana de su madre, María mujer de Cleofas, y María Magdalena. Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien Él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre” (Juan 19:25-26)
El Señor le dio el uno al otro, como se hace en una ceremonia de bodas. En seguida Juan quitó a María de esa escena conmovedora donde la espada traspasó su misma alma (Lucas 2:35), y la llevó a Jerusalén. De allí en adelante el hogar del discípulo sería también el de la dama. Parece que Juan hizo esto de una vez y regresó apresuradamente al Calvario, porque al escribir del costado traspasado dice: “El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero” (Juan 19:35).
Este evangelista nos conduce directamente de la sepultura del cuerpo del Señor en el primer día de la semana (Juan 20:1). María Magdalena fue quien les dio a Pedro y Juan el primer aviso de la resurrección. Cómo estos dos se encontraron juntos de nuevo, no se dice. Tal vez Pedro buscó al amado Juan al secarse las lágrimas de arrepentimiento y restauración. Este, hombre fiel y amoroso, no guardaría rencor hacia su impetuoso colega, íntimo consiervo suyo que tres veces había negado a su Señor.
Los dos acuden de una vez al sepulcro y Juan llega antes de Pedro, quizás por ser más joven. Le espera, manifestando de nuevo su disposición de dar el primer lugar a otro. Pedro, acorde con su carácter, entra en el sepulcro y Juan le sigue. Parado dentro de la cueva, Juan percibe la situación de una vez. La verdad le fue revelada; él “vio y creyó”. Pedro vio, pero Juan creyó también.
Después de la resurrección
Todos los once tuvieron el privilegio de ver al Señor después de la resurrección. Entre las varias ocasiones en que Él se manifestó, Juan jugó el papel clave en una por lo menos. Siete de los discípulos habían ido a pescar pero no lograron nada (Juan 21). Cuando ya iba amaneciendo, se presentó Jesús en la playa, pero los discípulos no sabían que era Jesús. Una vez que Él dio la orden, ellos sacaron una gran cantidad de peces, y es muy posible que Juan haya recordado un acontecimiento similar que tuvo lugar en ese lago tres años antes.
Enseguida él exclamó a Pedro: “¡Es el Señor!” y este discípulo impulsivo no necesitaba más estímulo. Se ciñó la ropa y se echó al agua. De nuevo, Juan sabía primero pero Pedro actuó primero. Cada cual asumió responsabilidad pero a su manera distintiva.
Una vez que Pedro estaba plenamente restaurado, recibió al lado del lago la comisión: “Apacienta mis corderos”. Mirando a Juan, Pedro preguntó: “¿Y qué de éste?”
Hay diferencia de criterio sobre el motivo detrás de la pregunta. Algunos piensan que él actuó bajo un impulso de la carne, pero parece más bien que manifestó un interés sincero en el bienestar de su consiervo. Pedro temía acaso su íntimo amigo iba a sufrir un fin cruel, como el Señor había anunciado para Simón. Pero de todos modos la pregunta dio lugar a una reprensión: “¿Qué a ti?” Todos tenemos que aprender la lección: el destino de otro no es asunto de uno, sino cada cual debe seguir al Señor por sí.
El Día de Pentecostés viene y va. Se destaca el nombre de Juan en los primeros capítulos de Hechos. Le encontramos participando en acontecimientos importantes, como la serie de oración continua en el aposento alto y luego la predicación ante la multitud pentecostal.
Ellos fueron al templo a la hora de la oración y fueron usados en la curación milagrosa de un hombre cojo que estaba a la puerta. Fueron puestos presos; hasta donde sabemos, fue la primera vez que vieron el interior de una cárcel. Sigue el relato de cómo fueron sueltos, su excelente defensa ante el concilio y su obra evangelística contra viento y marea.
En cada mención de Juan en Hechos, él se encuentra con Pedro y este último asume la parte más prominente. Estaban juntos en el aposento, en el templo, en la cárcel y en el viaje a Samaria. Esta amistad comenzó cuando pescaban juntos en Galilea y continuó ininterrumpida a lo largo de sus años de servicio por el Señor. Es un ejemplo para los que le sirven en nuestros tiempos.
Dejamos a Pedro y Juan en Samaria en Hechos capítulo 8, pero encontramos el nombre del segundo una vez más: “… y mató a espada a Jacobo, hermano de Juan”. Luego este apóstol desaparece de vista hasta que llegamos al libro del Apocalipsis, excepto por una referencia agradable a él en Gálatas 2:9, “Jacobo, Cefas y Juan, que eran considerados como columnas”. Esta es la mención honorable que Pablo les da a tres que estaban en Cristo antes de él.
En Patmos
Sesenta y dos años pasaron entre la visita a Samaria en Hechos 8 y la visión que Juan recibió, que nosotros llamamos el Apocalipsis. Muchas han sido las sugerencias sobre las actividades suyas en el intervalo, pero nada se puede decir con certeza. Parece que estuvo un tiempo en Jerusalén y luego vivió en Éfeso u otra parte de la provincia que se llamaba Asia. Sea como fuere, el registro inspirado consta que se encontró en Patmos por causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo. Esta es una pequeña isla rocosa en el Mediterráneo a unos noventa kilómetros al suroeste de la ciudad de Éfeso.
Cuando dice que esto fue por causa de la palabra y el testimonio, no dudamos de que él fuera desterrado a esa isla solitaria por predicar el evangelio y ser fiel a Dios y su Palabra. La tradición es que hubo el intento de matarle en aceite hirviente; si fue así, Dios intervino y dispuso otra cosa.
Juan fue designado como el escritor del libro profético del Nuevo Testamento, la Revelación de Jesucristo. Su firma, Yo Juan, figura al comienzo y al final, (Apocalipsis 1:9; 22:8), y a diferencia de su Evangelio, no rehúsa el yo en la narración de sus experiencias.
El año fue 96, aproximadamente —mucho después de la muerte de los demás discípulos y apóstoles— y la ocasión fue “el día del Señor” (Apocalipsis 1:10). Sólo en este versículo se hace referencia de esta manera al primer día de la semana.
Héctor Alves
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