Mateo, como algunos otros discípulos, contaba con dos nombres. Se llama Mateo en Mateo 9:9, 10:3, Marcos 3:18, Lucas 6:15 y Hechos 1:13. Se llama Leví en Marcos 2:14 y Lucas 5:27-29. Un repaso de los relatos de su llamamiento —Mateo 9, Marcos 2 y Lucas 5— hace ver que cada uno de los tres está precedido por la historia del hombre curado de una parálisis y seguido por la de una fiesta en casa de este discípulo nuevo. Este detalle basta para establecer que se trata de una misma persona, aun cuando se emplean dos nombres.
La vida de antes
Leví quiere decir juntado y Mateo significa don de Dios. Él habla de sí como un hombre llamado Mateo; Marcos dice que Jesús vio a Leví hijo de Alfeo; Lucas, por su parte, habla de un publicano llamado Leví. Nada se dice para dar a entender que el Señor le dio un nombre nuevo como en el caso de Simón Pedro, ni se nos dice que ambos le fueron dados al nacer. Probablemente los judíos conocían al cobrador de rentas como Leví. Es posible —la Biblia no lo dice— que él asumió el nombre “don de Dios” al abandonar la vida antigua y recibir el don de Dios que es Cristo Jesús.
La vida nueva
Todos tres escritores cuentan que él estaba sentado en el puesto de la aduana. Es Lucas, un gentil, que especifica que Mateo era publicano. Este cargo oficial le habrá sido dado por los romanos. Leví cobraba impuestos de sus conciudadanos, pero no necesariamente con arreglo a una tarifa establecida, sino según las posibilidades de obtener dinero de cada cual. Tampoco era de pensar que todos los fondos recaudados llegaban a las arcas del tesoro público.
Aparentemente tenía su puesto de control y también su residencia en las afueras de Capernaum, y vivía cómodamente. Los publicanos eran vistos como traidores por cuanto se enriquecían a expensas de los demás y colaboraban con el gobierno extranjero. Sin duda Mateo estaba consciente de esta fama, y respetamos su franqueza al llamarse a sí mismo en el 10.3 el publicano, un distintivo que Marcos no emplea. Mateo no especifica los antecedentes de sus compañeros en la obra del Señor, pero destaca la gracia de Dios en su caso propio.
La respuesta fue inmediata y absoluta. Dejó el mundo y siguió a CristoDe cada relato desprendemos que el llamamiento de este hombre consistió en sólo la orden, “Sígueme”. Esta invitación significó todo para él, pero Mateo narra su reacción de la manera más sucinta: “Se levantó y le siguió” (Mateo 9:9). No dudamos de que haya sabido de Jesús de Nazaret antes de este momento, pero nada leemos de esto. El paso le resultaría por demás costoso; representaría la pérdida de buenos ingresos para servir a uno que no tenía dónde recostar la cabeza.
Al caer estas palabras sobre sus oídos, poco tiempo tenía él para decidir si seguía o no. Aceptado políticamente, rechazado socialmente, casa propia, buenos ingresos. Llega uno y le dice, “Sígueme”. ¿Qué hacer?
Bien ha podido preguntar Mateo Leví por qué el Señor le llamaría a él, pero no lo hizo. La respuesta fue inmediata y absoluta. Dejó el mundo y siguió a Cristo. Otro diría en Lucas 9:61, “Te seguiré, Señor, pero …” Mateo no puso ningún pero. Él ha podido decirnos mucho más, pero se limita a escribir que dejó el negocio y siguió a Cristo, y a lo mejor hubiera cantado con nosotros, “… porque el mundo pasará”. Aquel banco abandonado fue testigo elocuente del gran cambio operado en su ser.
La familia
Modestamente, este hombre no cuenta nada de la fiesta que ofreció para anunciar su gran decisión, limitándose a comentar que Jesús cenó en su casa con otros. De Lucas aprendemos que “hizo un gran banquete en su casa” (Lucas 5:29), y que estaban presentes muchos publicanos y otros. A estos el anfitrión les describe como “publicanos y pecadores”. Tal vez invitó adrede a esta clase de personas para que conociesen al Salvador. Fue inmediatamente después de esta ocasión que Jesús anunció una gran verdad evangélica: “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento”.
No podemos insistir en cuanto a los nexos familiares de este discípulo, pero se revela suficiente como para permitir algunas sugerencias. Marcos nos hace saber que Mateo era hijo de Alfeo, un nombre suficientemente conocido entre los apóstoles como para no requerir mayor explicación. Cuatro listas hablan de Jacobo como hijo de Alfeo, y en dos de estas Jacobo y Mateo figuran lado a lado. ¿Eran hermanos?
Si eran hermanos, entonces la madre de Mateo era María mujer de Cleofas, un seguidor fiel del Señor. Cleofas es otra forma de Alfeo. Comparando Marcos 15:40 (“algunas mujeres mirando de lejos … María la madre de Jacobo el menor”) y Juan 19:25 (“estaban junto a la cruz … María mujer de Cleofas”), llegamos a la conclusión que la madre de Jacobo era la esposa de Alfeo / Cleofas. Es posible, entonces, que esta dama piadosa tenía un hijo extraviado, o sea, un publicano que fue convertido.
Por regla general los expositores de las Escrituras aceptan que Mateo escribió el libro que lleva su nombre. Uno ha comentado que el libro es alabado más por quienes más lo conocen. Poco se sabe de los últimos años de este hombre o de su muerte. Sócrates, quien escribió en el quinto siglo, dice que Mateo murió en Etiopía pero otros afirman que predicaba y falleció en Siria. La Biblia guarda silencio.
Héctor Alves
Compartir este estudio