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Los 12 discípulos de Jesús: Simón Pedro (2da parte)

En el primer estudio consideramos el encuentro con el Señor en Juan capítulo 1, a Pedro comisionado y a Pedro el líder. Sigamos con otros tres aspectos de la vida de Pedro:

El restaurado

La vida de Pedro se divide, al menos, en dos capítulos principales: antes y después de la ascensión del Señor. En la primera parte le vemos como el apóstol impetuoso, aunque a la vez un seguidor bien intencionado. Luego hubo el tiempo que él pasó a solas con el Señor después de su resurrección. No sabemos dónde ni exactamente cuándo esto tuvo lugar, pero sí sabemos que, “Ha resucitado el Señor verdaderamente, y ha aparecido a Simón” (Lucas 24:34). No obstante, podemos afirmar por qué se realizó la entrevista: fue la restauración de Simón, y el Espíritu ha tenido a bien correr el velo para que no sepamos los detalles.

Los apóstoles estuvieron, durante el período entre la ascensión y el Día de Pentecostés, en el aposento alto, donde perseveraban unánimes en la oración y ruego. De nuevo, Pedro asume el liderato: “En aquellos días Pedro se levantó en medio de los hermanos” (Hechos 1:15).

El propósito de su discurso fue el de recomendar medidas inmediatas para llenar el vacío causado por la muerte de Judas. Él habló de la calificación necesaria para ese oficio sagrado: haber estado juntos con los demás todo el tiempo que el Señor Jesús entraba y salía entre ellos. Algunos piensan que este precedente carecía de autorización; que si hubiera esperado, Dios hubiera llenado el cargo vacante con el nombramiento de Saulo de Tarso. No lo creemos; Pablo era un apóstol, pero su comisión como tal fue de un todo diferente a la de los doce.

El liderazgo de Pedro se manifiesta de nuevo en el Día de Pentecostés. En Hechos capítulo 2 le encontramos puesto en pie con los once, dando su primer discurso público. Él responsabilizó a sus oyentes de la muerte de Jesús de Nazaret y dio testimonio al cumplimiento de las Escrituras en la resurrección y ascensión del Señor Jesucristo. Son palabras de un Pedro enteramente restaurado y nos impresiona la sabiduría de este pescador convertido. Su discurso fue agudo y valiente; nada de vacilación vemos ahora.

¿A qué se debe el cambio? El hombre que antes estaba lleno de sí, está lleno del Espíritu Santo, y el resultado es un clamor entre sus oyentes: “Varones hermanos, ¿qué haremos?” (Hechos 2:37). Ellos “recibieron su palabra”, y unas tres mil almas fueron añadidas a la iglesia recién formada.

Pedro y Juan continuaron juntos, prominentes en el servicio apostólico después de Pentecostés. Leemos “Pedro y Juan …” cinco veces en los primeros capítulos de Hechos (Hechos 3:1, 3:3, 3:11, 4:13, 4:19), y de veras formaron una pareja digna. Criados en el mismo pueblo, habiendo sido socios en su oficio (Lucas 5.10) ellos eran amigos antes de ser discípulos de Jesús. Fueron Pedro y Juan que el Señor seleccionó para reservar el aposento alto para la celebración de la última pascua. Luego los dos estaban juntos en la casa del sumo sacerdote. A la orilla del lago fue Pedro quien se interesó por el bienestar de Juan, preguntando: “¿Y qué de éste?”

Pedro y Juan corrieron juntos al sepulcro para encontrarlo desocupado. Alguien ha dicho que Pedro era la Marta entre los apóstoles y Juan era la María. Es decir, Pedro era dinámico, activo y demostrativo; Juan era cauteloso y pensativo. Juan, por ejemplo, llegó primero al sepulcro pero dejó a Pedro entrar antes que él. Sus características opuestas hacían buen equilibrio.

El apercibido

El milagro a la entrada del templo proporcionó la oportunidad para el segundo discurso registrado. No fue menos poderoso que el primero, y el denuedo de Pedro queda evidente en las palabras, “… a quien vosotros entregasteis y negasteis” (Hechos 3:13).

Se ha obrado un cambio en Pedro desde que él mismo negó a su Señor. Él no fue menos valiente al ser llevado ante los gobernantes y escribas. He aquí, dos hombres sin letras pero desafiando a los líderes de la nación: “Gobernantes del pueblo, y ancianos de Israel … vosotros crucificasteis … Dios resucitó … La piedra reprobada por vosotros … ha venido a ser cabeza del ángulo” (Hechos 4:8-11).

¡Qué sorpresa para estos inescrupulosos funcionarios ser acusados de haber rechazado la Piedra que Dios había puesto en Sion! Los presos se convirtieron en acusadores, y los jueces se quedaron convictos de un nudo hecho. Pedro y Juan reservaron para sí la última palabra: “Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios” (Hechos 4:19). Pedro tenía esta respuesta preparada, y al entregarla él no sólo expresó el sentir de sus consiervos sino expuso a la vez un principio para nuestra conducta.

El capítulo 8 de Hechos relata la visita de Pedro y Juan a Samaria y la manera en que fue usada por Dios para revelar la verdadera condición de Simón el mago. El denuedo típico de Pedro queda evidente por la manera en que denunció al hombre impío. El poder del Espíritu Santo en Pedro detectó la falsedad en Ananías y Safira, como también el engaño en Simón, quien aparentemente había hecho una profesión de fe sólo con miras a una ganancia monetaria. También hoy en día la Iglesia precisa de la percepción espiritual que discierne a los hijos extraños.

En el capítulo 10 nuestro protagonista se encuentra en la casa de Cornelio, donde emplea la segunda llave que el Señor le había dado, esta vez para abrir la puerta de la fe a los gentiles.

El capítulo 12 narra el relato de su encarcelamiento y luego su libertad por obra de Dios. Llegamos al capítulo 15 y aprendemos de la reunión en Jerusalén que fue convocada para considerar la controversia sobre la circuncisión. “Después de mucha discusión, Pedro se levantó”. (Hechos 15:7). Jacobo confirmó las palabras de Pedro, y los judaizantes quedaron reprendidos.

El anciano

Es en Gálatas 2:11-16 que leemos de lo que era tal vez la única actuación negativa de este gran hombre una vez ascendido el Señor. No mucho después del acuerdo en Jerusalén, Pedro fue culpable de levantar lo que él mismo había derrumbado, negando en efecto lo que había convenido con sus hermanos en Hechos 15.

Posterior a la reunión en Jerusalén y el incidente mencionado en Gálatas, nada leemos de este apóstol hasta llegar a sus dos epístolas. En ellas nos damos cuenta de su gran firmeza. El que 27 años antes cayó en la zaranda del diablo, pudo escribir ahora: “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 Pedro 5:8). Seis años más adelante, sus palabras son: “Oh amados, … guardaos, no sea que arrastrados por el error de los inicuos, caigáis de vuestra firmeza” (2 Pedro 3:17).

Si nada específico leemos en las Escrituras de sus viajes en los años de madurez, tampoco debemos dejar de observar dos detalles. (1) Su primera epístola fue dirigida a los creyentes expatriados en diversas provincias del imperio, y lleva salutaciones de parte de la iglesia en Babilonia. (2) Años antes, Pablo había empleado a Pedro como ejemplo, preguntando si él no tenía derecho de viajar con una esposa, como hacía Pedro (1 Corintios 9:5). Parece que la asamblea nueva en Acaya conocía a este apóstol, o por lo menos sabía de su ministerio en diversas partes.

Citamos las palabras de otro, y las aplicamos a Pedro: “Los defectos de uno se encuentran a menudo en la vecindad cercana a sus excelencias”.

No hay relato inspirado de la muerte de Pedro. Refiriéndose a Nerón, Jerónimo contó que: “Por este emperador él fue crucificado y coronado del martirio, su cabeza volteada hacia la tierra y sus pies en el aire, protestando que era indigno de morir al estilo de su Señor”. Cuando Crisóstomo leyó esto, dijo: “Bienaventurado el varón”.

Héctor Alves

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