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Los 12 discípulos de Jesús: Simón Pedro (1ra Parte)

En el primer capítulo de Juan aprendemos acerca del encuentro entre Pedro y el Señor Jesús.

El Cefas

Andrés, hermano de Simón Pedro, había pasado cierto tiempo con el Señor en el lugar donde Él moraba. Tanto le impresionó la visita que Andrés “halló primero a su hermano Simón … y le trajo a Jesús” (Juan 1:41). Cuanto hay en este breve anuncio, se revela en todo lo que sucedió en los años subsiguientes. Esta presentación al Señor transformó la vida de Simón, capacitándole a servir al Hijo de Dios y, según cuenta la historia, esa vida terminaría en martirio.

Leemos en esta introducción: “Y mirándole Jesús …” Es una palabra fuerte; no quiere decir que Jesús vio lo que estaba allí, sino que le contempló cuidadosa e intensamente. Pronunció su decisión: Tú eres Simón (una piedrita), pero serás llamado Cefas (una piedra). Nuestro Señor percibió por poder divino el carácter del hombre.

Comentaremos más de una vez en estas reseñas que Él no tenía necesidad de que nadie diese testimonio, pues sabía lo que había en el hombre (Juan 2:25). Así era, y así será. Viene día cuando nuestro Señor aclarará lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones: los nuestros, por ejemplo (1 Corintios 4:5).

Sólo por el nombre de Simón Barjonás (“hijo de Jonás”) se conocía a este hombre antes de su presentación al Señor, pero de allí en adelante se refiere a él, a menudo, como Simón Pedro, el nombre que emplearía también en su segunda epístola.

En el Evangelio según Juan leemos diecisiete veces de Pedro y otras tanto de Simón Pedro. No leemos que el Señor le haya llamado Simón Pedro, pero al reprenderle le llamó Simón y en otra ocasión dijo: Simón, Simón. En Lucas 22.34, cuando nuestro Señor le advirtió de la terrible negación que él haría en breve, le dijo: “Pedro, te digo …”, empleando el nombre que simboliza fuerza y estabilidad.

El comisionado

Así, es la pluma de Juan que cuenta la primera mirada y la primera declaración del Señor a Pedro. Simón nunca se olvidaría de la una ni de la otra. Sólo Juan relata este incidente por demás interesante, y tenemos que buscar en otra parte para el próximo encuentro registrado para nuestra instrucción. Fue otro momento que el pescador galileo no olvidaría; a saber, su comisión al servicio del Señor.

Lucas relata que el Maestro estaba “junto al lago de Genesaret”, (Lucas 5:1). Después de las escenas narradas en el primer capítulo de Juan, estos pescadores volvieron a sus redes y barcas. Mucho había sucedido en el ministerio del Señor desde que Juan, Andrés, Pedro y otros tuvieron sus respectivos encuentros iniciales con Jesús. Lucas repite la orden dada a Simón: “Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar” (Lucas 5:4). Y también la confesión: “Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador” (Lucas 5:8). La respuesta fue: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres” (Lucas 5:10). Al traer a tierra las barcas, Pedro y los hijos de Zebedeo dejaron todo y siguieron a Jesús.

La historia de Pedro llega a estar asociada íntimamente con la de su Maestro. Participa de su humillación, los viajes pesados de día y la soledad del campo de noche. A veces padecían hambre, no llevando consigo comestibles para el camino, bolsa para dinero, ni una segunda túnica. Todo esto estaba en contraste con la comodidad del hogar de un hombre casado y la libertad de acción de un pescador.

Sus epístolas están repletas de referencias a sus experiencias, o las frases que escuchó en sus años formativos; se las han llamado las reminiscencias del apóstol. Por ejemplo: “ceñid vuestros lomos”, “piedra viva”, “testigo de los padecimientos de Cristo”.

El líder

Entre los doce apóstoles ninguno estaba tan a la vista como Pedro. En Mateo 10:2 leemos de “primero Simón”. Él no era el primero; tanto Juan como Andrés fueron llamados antes de él. La idea es que era el más prominente a causa de su carácter. Por lo general, el Señor se dirigía a él como representante de los doce, y a menudo Pedro contestaba como portavoz de todos. Posteriormente, cuando se hace mención de los apóstoles como un conjunto, el lenguaje empleado es “Pedro” o “Pedro y los once”. Cuando Saulo de Tarso viajó a Jerusalén, fue “para ver a Pedro” (Gálatas 1:18).

Él era presto a hablar, y a veces de una manera impetuosa. Cuando cierto joven se acercó al Señor pero hizo ver que no estaba dispuesto a vender todo lo que tenía y seguir a Jesús, Pedro se adelantó a decir, “He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido”. La respuesta de nuestro Señor fue que muchos primeros serían postreros, y los postreros, primeros. Este pronunciamiento dejó al discípulo con algo que meditar. Esta irreflexión dejó a Pedro expuesto a riesgo más de una vez, y algunas de sus declaraciones imprudentes se debían a la confianza propia. Por ejemplo:

  • Aunque me sea necesario morir contigo, no te negaré (Mateo 26:35)
  • Aunque todos se escandalicen, yo no (Marcos 14:29)
  • Señor, dispuesto estoy a ir contigo no sólo a la cárcel, sino también a la muerte (Lucas 22:33)
  • Señor, ¿por qué no te puedo seguir ahora? Mi vida pondré por ti (Juan 13:37)

Creemos que Pedro era sincero. La hipocresía era ajena a su naturaleza; la raíz de su problema estaba en que confiaba en su propio corazón. Dios dice que el hombre que hace eso es necio (Proverbios 28:26)

De nuevo el atrevido Pedro comete un grave error en el monte de los Olivos. Tan contento estaba por ver al Señor en su gloria y rodeado de personajes distinguidos, que de una vez propuso: “Hagamos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías” (Mateo 17:4). Pobre Pedro quiso poner a su Señor al mismo nivel de sus criaturas.

En el Getsemaní encontramos a Pedro en el acto de cometer otro hecho disparatado. “Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó” (Juan 18:10). Fue arrogancia y gran descuido.

Su impulsividad se ve también en el aposento alto. Pedro no puede ver a su maestro hacer en él la tarea de un criado, y exclama: “No me lavarás los pies jamás” (Juan 13:8). Una cosa loable en cuanto a este discípulo en este relato es que, al darse cuenta de su error, estaba muy deseoso de corregirlo. Pero fue al otro extremo. Su torpeza emanó de la profunda reverencia que tenía hacia el Señor.

¿Por qué escribió Juan el capítulo 21 del evangelio que lleva su nombre, cuando parece haber terminado su narración con el capítulo 20? Cual quiera que sea la razón, él nos ha mostrado el eslabón que había entre la terrible negación de parte de Pedro y su vida tan cambiada una vez resucitado el Señor.

"Simón Pedro les dijo: Voy a pescar. Ellos le dijeron: Vamos nosotros también contigo" (Juan 21:3). Los apóstoles habían ido a Galilea en respuesta a la orden que el Señor les había dado, y ahora siete de ellos se encuentran juntos cuando Pedro hizo saber su propósito.

Algunos dirían que hizo bien, pensando que sería correcto buscar sustento por trabajo honesto. Otros opinan que mejor fue ocuparse en la pesca que quedarse ocioso. Pero estas ideas no apuntan al blanco. Lo que sucedió fue que los discípulos se cansaron de esperar. Pedro no había sido restaurado aún, y él revirtió a su actividad de antaño. Dijo, “Voy”, y otros, “Vamos”. El líder conduce los demás por sendas del alejamiento. El Señor no estaba en el asunto, y nada lograron.

Y con esto, la restauración del gran hombre que veremos en el siguiente estudio.

Héctor Alves

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