La conducta de uno hace ver cómo es por dentro. Pedro era impetuoso y Juan amoroso; Andrés se caracterizaba por su habilidad en el trato con otros; Natanael era pensativo y Mateo analítico.
¿Un reflejo de nosotros?
¿Cómo vamos a describir a Tomás? Algunos dirían que era hombre melancólico porque dijo “Vamos … para que muramos” (Juan 11:16). Otros le tildan de incrédulo: “¿Cómo, pues, podemos saber el camino?” (Juan 14:5). Solitario es otro adjetivo que posiblemente le aplica, ya que parece que se alejó del grupo de discípulos cuando María Magdalena hizo saber que había visto al Señor resucitado, y aparentemente por esta razón no estaba cuando Él se manifestó en el aposento alto.
El desconfiado es el apodo que más recibe este discípulo, porque rehusó creer cuando los otros le dijeron que habían visto al Señor. “Si no viere en sus manos la señal de los clavos”, el replicó, “y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré” (Juan 20:25). (De paso, Tomás, ¡gracias por su magnífico resumen de algunas de las consecuencias de la crucifixión en el cuerpo de nuestro amado Salvador!)
Todo esto es cierto, pero nos parece que en cada una de estas oportunidades, Tomás se recuperó de su primera reacción. Creemos, entonces, que hacemos mejor al limitarnos al nombre que Juan le da en tres ocasiones: Tomás, llamado Dídimo.
En las listas proporcionadas por Mateo, Marcos y Lucas, encontramos el nombre de este discípulo asociado con el de Mateo, y nos sentimos autorizados a concluir que ellos dos se asociaban en la obra. Sin embargo, estos tres escritores no ofrecen detalles sobre su llamamiento ni su servicio. Es Juan a quien debemos lo que sabemos de Tomás, ya que le menciona cuatro veces.
Él no tenía dos nombres, sino era conocido como Dídimo, a saber, 'El Gemelo'. Como solía decir cierto hermano ahora con el Señor, esto nos hace saber que había otro como él.
Tal vez nosotros nos encontramos a veces cual gemelos de Tomás: ¿Melancólicos?, pero la consigna cristiana es "Regocijaos en el Señor siempre; otra vez ¡Regocijaos!" (Filipenses 4:4). ¿Incrédulos? Sepamos que para los incrédulos nada les es puro (Tito 1:15). ¿O dudosos? Pida con fe, no dudando nada, es la exhortación que da Santiago. Que no seamos morochos de Tomás en estas cualidades que algunos disciernen en él.
Escena 1
“Dijo entonces Tomás, llamado Dídimo, a sus condiscípulos: Vamos también nosotros, para que muramos con él” (Juan 11:16).
¿Se puede decir realmente que este discípulo estaba melancólico? Reconocemos que en la superficie parece que se deprimió al saber que Lázaro había fallecido, y algunos han dicho que hubiere sido mejor que esperara antes de dar expresión a su sentir, ya que el Señor estaba rumbo a Betania para dar vida. Es cierto, pero tenemos que considerar de cerca a quién se refiere Tomas al decir "él".
Por lo regular se entiende que se refería a morir con Lázaro, pero no es así. Mal han podido los doce morir con aquél quien ya estaba muerto. El Dídimo se refería a Jesús. Estamos de acuerdo con aquellas traducciones del pasaje (p ej, Nácar-Colunga y otras versiones católicas) que expresan su comentario como “… morir con Él”.
En el versículo 8 de este capítulo leemos que los discípulos le habían dicho: “Rabí, ahora procuraban los judíos apedrearte, ¿y otra vez vas allá?” Tomás estaba manifestando una gran fidelidad. Él creía que los enemigos de Jesús le alcanzarían en el viaje a Betania, y estaba dispuesto a acompañar el Maestro hasta la muerte.
Escena 2
“Le dijo Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?” (Juan 14:5).
El Señor acaba de decir, “Sabéis el camino”, pero Tomás fue lento en entender el sentido de esta declaración. Es más: él suponía que sus colegas tampoco sabían qué decía Jesús, y exclama como portavoz, “¿Cómo podemos?”
Tomás sabía que el Señor volvería al Padre en el cielo, y que dejaría atrás a los discípulos. Aun cuando estaba dispuesto a morir con él, este hermano no comprendía cómo podrían ellos acompañar al Señor. Esto sí le deprimía.
El Señor no le reprende, sino le enseña con ternura: “Yo soy el camino, la verdad, y la vida”. Aparentemente esta gran revelación satisfizo a Tomás, aun cuando Felipe quería evidencia. Respetamos la fe del Dídimo; seamos nosotros su morocho (gemelo) en esto.
Escena 3
“Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino” (Juan 20:24)
No se ofrece razón por la ausencia de nuestro protagonista. Pablo tampoco habla de esta ocasión cuando habla en 1 Corintios 15:5-8 de algunas manifestaciones del Señor en resurrección. Cuando dice en ese pasaje que Jesús apareció “a todos los apóstoles”, él se refiere a una ocasión ocho días después de ésta en el 20:24.
El Señor tiene su tiempo y su manera de tratar con los suyos
La narración nos deja con la impresión que esta manifestación fue especialmente para el bien de Tomás. Él no ha debido estar ausente en la ocasión anterior, y entendemos como una crítica el comentario de Juan: “… no estaba con ellos cuando Jesús vino”. ¿Fue por descuido? ¿disgusto? Un respetado autor ha sugerido: “Él se estaba dando el lujo de sentirse lástima, y esto a solas”.
Sea cual fuere el motivo, encontramos a los otros deseosos de avisarle a Tomás de los sucedido: “¡Al Señor hemos visto!” No dudamos de que habrán abundado en detalles, no obstante lo escueto del comentario de Juan. Y así la respuesta: “Si no viere … no creeré”.
Este no es un hombre que duda, sino uno que no quiere creer. Tomás está retando a los que han visto con sus propios ojos. ¿Por qué? Aun estando sobrecogido de tristeza, no ha debido dudar de diez hermanos en la fe a quienes conocía íntimamente. Como dice el buen himno:
La incredulidad es ciega, pues no mira más allá;
A la fe Dios se revela; todo nos aclarará.
Nos llama la atención que el Señor haya esperado ocho días para atender a este discípulo. Él tiene su tiempo y su manera de tratar con los suyos. Nada dice el relato para darnos a entender que los diez estaban esperando otra manifestación en el aposento. Pero el Señor llega y de una vez, parece, se dirige a Tomás.
Nada de preguntas acerca de la ausencia, ni de si todavía quiere meter el dedo. No se nos dice si el discípulo lo hizo o no, pero dudamos grandemente que habrá sido necesario. Jesús le diría, “Porque has visto, … creíste” y no, “Porque metiste la mano”.
No seamos prestos a condenar a este hombre, porque suya es una de las grandes declaraciones de la Biblia. La de Natanael fue: “Tú eres el Hijo de Dios; tú eres el rey de Israel” (Juan 1:49). La de Marta, “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios” (Juan 11:27). Y ahora Tomás, nuestro “Dídimo” que reconoció tanto señorío como deidad: “Señor mío, y Dios mío!” (Juan 20:28).
Escena 4
“Estaban juntos Simón Pedro, Tomás llamado el Dídimo, Natanael el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo, y otros dos de sus discípulos” (Juan 21:1).
Nos extraña ver el nombre de Tomás lado a lado con el de Pedro. El grupo era de siete, incluyendo dos no nombrados. Sospechamos que los dos eran Andrés y Felipe; al ser así, Tomás sería el único que no era pescador por oficio.
¿Qué pensamientos tenían al meterse en aguas bien conocidas en otra época? Quién sabe si tenían al Señor en mente. Pero más provechosa para nosotros sería otra pregunta: ¿Qué pensamientos tenían al no lograr nada? Que nos hagamos la misma pregunta cuando dejamos, aun por una noche, el testimonio al cual hemos sido llamados.
Felizmente, Juan 21 no es la última mención de nuestro gemelo. Le encontramos con los demás discípulos en Hechos 1, pero en mejores circunstancias. Todos éstos perseveraban unánimes en oración y ruego en el aposento alto. Este informe sí nos agrada.
Héctor Alves
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