Porque ningún varón en el cual haya defecto se acercaráLevítico 21:18
Ninguna cosa en que haya defecto ofreceréis Levítico 22:20
Dios es perfecto y Él demandaba que en el sacrificio tanto el que ofrecía como la ofrenda misma, tenían que ser sin defecto. Esto no tiene que ver con que Dios hiciera acepción de personas ni porque tuviera en menor estima a aquel que tenía defecto, sino más bien porque tanto el sacerdote que ofrecía la ofrenda como la ofrenda nos hablan del Señor Jesucristo, de su perfección y santidad.
En ambos casos los defectos descritos tienen que ver con sus ojos, piernas o manos, partes íntimas; podía ser una enfermedad genética o causada por algún accidente en su vida. Cualquiera fuera el defecto o su causa, no debía ser presentado delante de Dios.
El Señor Jesucristo es perfecto. No me refiero a su físico sino más bien a su perfección moral, a su vida íntegra que reflejaba el carácter del Padre. No tenía defectos en su visión y en ningún momento tendría una perspectiva diferente al Padre, bien fuera en relación a alguna persona o situación. Él podía ver las oportunidades, al ver los campos ya listos para la siega (Juan 4:35); y también podía ver las puertas cerradas, al ver la ciudad de Jerusalén y lamentar sobre ella por su incredulidad (Lucas 19:41-42). Su andar y sus obras siempre fueron perfectas, siempre estaba en el lugar correcto en el momento correcto. Las multitudes se acercaban a Él para ser sanadas y a todos los sanaba. «Muchas buenas obras os he mostrado de mi Padre; ¿por cuál de ellas me apedreáis?» (Juan 10:32). Nadie podía encontrar un defecto en ninguna de las obras del Señor. Pero también en lo íntimo Cristo es perfecto. Lo que nosotros no podemos ver sino solamente Dios; los años de su niñez y juventud, sus pensamientos, no tenía defecto y por eso Dios mismo mostró su aprobación al decir «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia» (Mateo 3:17; 17:5).
Cristo nació sin pecado y nunca pecó, porque no podía pecar. Jamás se desvió de la voluntad de Dios al hacer algo por su propia cuenta. Él es perfecto, en Él no hay defecto, porque Él siempre hizo lo que al Padre le agradaba (Juan 8:29).
Miguel Mosquera
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