Yo he oído las murmuraciones de los hijos de Israel; háblales, diciendo: Al caer la tarde comeréis carne, y por la mañana os saciaréis de pan, y sabréis que yo soy Jehová vuestro DiosÉxodo 16:12
Durante su travesía por el desierto el pueblo de Israel fue probado varias veces. El desierto era un camino difícil de transitar donde no había ni agua ni alimentos, además de ser muy peligroso. Era necesario que ellos transitaran por esta vía para que aprendieran a depender de Dios.
Para aprender a depender de Dios debía pasar por necesidades. No hallaron agua, no tenían comida, enfrentaron la guerra y viajaban bajo la constante amenaza de serpientes y escorpiones (Deuteronomio 8:15). Dios en su bondad les suplió de todas sus necesidades, les dio agua, les dio comida, les dio la victoria sobre sus enemigos y les protegió de los peligros. Sin embargo, la manera en que obtuvieron los beneficios de Dios fue de la forma equivocada.
Cada vez que el pueblo de Israel pasó por necesidad ellos comenzaron a murmurar. Éxodo 16 menciona cuatro veces que Dios escuchó las murmuraciones del pueblo. Las quejas eran contra Él. Dios podía darles lo que necesitaban, pero Él no quería escuchar murmuraciones sino oraciones. Son dos cosas completamente diferentes.
Nos dice Proverbios 15:8 que “la oración de los rectos es su gozo”. Una de las diferencias entre la murmuración y la oración es la actitud de nuestro corazón. Debemos humillarnos delante de Él, aceptar su voluntad y buscar su presencia por medio de la oración.
Quien se acostumbra murmurar siempre vive inconforme e ingrato. Quien ejercita la oración aprende a depender de Dios y a descansar en sus promesas. “Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces” (Jeremías 33:3).
Miguel Mosquera
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