Nunca dejaremos de maravillarnos de la perfección y santidad del Señor Jesucristo. Durante su ministerio en la tierra, en repetidas ocasiones hubo quienes intentaron encontrar alguna falta en él o hacerle caer en sus acciones o palabras para tener de qué acusarle, sin embargo, no lo lograron porque “no hay pecado en él” (1 Juan 3:5). Aquellos acusadores tuvieron que irse al darse cuenta que habían fallado en su intento, pero Cristo no se fue, porque no había falta en Él.
Satanás le tentó en el desierto. La astucia del tentador buscaba desacreditar al Hijo de Dios para ser el Salvador del mundo. Su estrategia muy parecida a la que utilizó en Edén con Adán y Eva, tenía como objetivo crear la duda, promover el orgullo y robar a Dios la adoración que sólo a Él le pertenece. No pudo encontrar falta, por lo que “El diablo entonces le dejó”. El diablo se fue, Cristo no.
En Juan capítulo 8 los fariseos y escribas traen delante del Señor a una mujer sorprendida en adulterio. Su objetivo: apedrearla por su pecado. Jesús les dice: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella” (Juan 8:7). Uno por uno aquellos hombres se fueron, acusados por su conciencia, porque sabían que eran pecadores. Cristo no se fue, Él es perfecto y sin pecado.
En Mateo 22, vinieron a hacerle una pregunta difícil y controversial para acusarle. “¿Es lícito dar tributo a César, o no?” (Mateo 22:17). La respuesta del Señor los dejó maravillados. “Oyendo esto, se maravillaron, y dejándole, se fueron” (v.22). Ellos se fueron porque no encontraron falta en Él, Cristo no se fue.
Cuando el Señor Jesucristo estaba crucificado en aquel madero le retaron a que bajara de la cruz: “si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo” (Lucas 23:38). Cristo no se fue, no porque no pudiera hacerlo, sino porque en la cruz estaba pagando el precio de nuestra salvación. Permaneció allí en perfecta obediencia a la voluntad del Padre. Cuando la obra estuvo terminada, fue sepultado y al tercer día se levantó de entre los muertos.
Cuando otros se fueron, Él no lo hizo. Él es perfecto. Él es santo. Él es el Salvador.
Miguel Mosquera
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