Es una expresión muy común escuchar personas referirse a la salvación como: “yo le entregué mi corazón a Cristo” o también “yo le di mi corazón a Jesús”. Muchos la usan o la repiten porque la han escuchado de otros, sin darse cuenta que esta expresión va en contra de los mismos fundamentos del evangelio y la salvación, además que tampoco la encontramos en la Biblia.
El principal error de esta expresión está en que cambia completamente la esencia del mensaje del evangelio, ya que la salvación no consiste en “dar a Dios”, sino más bien en “recibir de Dios”. La salvación es un regalo inmerecido de Dios: “la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23). Es Dios quien ha dado: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). No consiste en “entregar” algo a Dios, sino que fue Dios quien entregó a su Hijo por nosotros, “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros” (Romanos 8:32).
La salvación no consiste en “dar a Dios”, sino más bien en “recibir de Dios”
La salvación no es algo que se le exige a Dios, como si Él estuviera obligado a darlo, pero la Palabra de Dios nos dice: “todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre” (Hechos 10:43). Dios es fiel a su Palabra, así que dará el perdón de pecados a todo aquel que cree en Cristo como Salvador.
De allí que el lenguaje que usa el Nuevo Testamento es claro: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna” (Juan 5:24), y también, “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:36).
Ahora veamos lo que la Biblia dice de nuestro corazón. “Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez” (Marcos 7:21-23). Imagínese lo contaminado que está el corazón del ser humano que es capaz de producir todo ese pecado mencionado en esa lista negra. No solamente el corazón está contaminado, sino que está oscuro: “no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido” (Romanos 1:21). ¿Es ese el corazón que le está ofreciéndo a Dios?
No hay nada que podamos ofrecer a Dios; ni buenas obras, méritos, dinero ni tampoco nuestro corazón. Pero Dios en su infinita misericordia ha hecho todo, ha dado a su Hijo para morir en la cruz del Calvario y derramar su sangre para el perdón de nuestros pecados. La salvación es, recibir, aceptar, confiar en Cristo como Salvador. Es Dios quien da; el pecador, aunque no lo merece, lo recibe de parte de Dios.
Si usted ha estado tratando de darle algo a Dios para llegar el cielo, todavía está en sus pecados y necesita de la salvación. Acepte ese regalo tan grande que Dios le está ofreciendo en la persona de su Hijo, el Señor Jesucristo.
“Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12).
Miguel Mosquera
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