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¿Qué es el evangelio?

¿Qué es el evangelio? Bueno, evangelio quiere decir buenas noticias.

¿Pero qué noticias? ¿De quién? ¿Con qué autoridad? ¿Y qué tienen que ver conmigo?

¿Es que quieren meterme en alguna religión rara? ¿O quieren mi dinero? ¿O me van a ofrecer cosas bonitas (y falsas), sin descubrir lo que soy ahora y sin decirme con franqueza qué me espera si no hago caso de esas noticias que tanto necesito?

El gran mensaje de la Biblia es que Dios le ofrece la vida eterna aquí, ahora y para siempre, por fe en el Señor Jesucristo como su único y suficiente Salvador. La Biblia es la única fuente enteramente confiable para estas noticias. Nada dicho aquí o en otra parte, ninguna iglesia y ninguna idea humana es digno de su confianza si no está bien fundamentado en la Biblia, la Palabra de Dios.

Esa salvación aquí, ahora y para siempre, sin precio, sin mérito, sin obras, sin «hacer» o «sentir», es posible porque Jesús, el Hijo de Dios, dio su vida en el Calvario y resucitó de entre los muertos para tomar el lugar suyo, ya que usted es por naturaleza y práctica un pecador. Él satisfizo la justicia del Dios que es absolutamente santo.

Vamos a comenzar de una vez a citar la Biblia: «El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él» (Juan 3:36)

A veces la Biblia se llama “las Escrituras”. Ciertos hombres pusieron por escrito las palabras que Dios ordenó que escribiesen. Nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo (2 Pedro 1:2).

La Biblia es la única obra escrita que es de plena inspiración divina

Al final de la Biblia, se nos advierte de las consecuencias de añadir o quitar de ella. Por esto sabemos que ningún hombre ha hablado después con la aprobación de Dios para ampliar o cambiar lo que la Biblia dice. Apocalipsis 22:18,19.
Hay una sola Biblia. Básicamente no hay diferencia en las traducciones usadas por los católico-romanos y las que usan los evangélicos. Las Escrituras originales fueron redactadas casi de un todo en hebreo y griego. En las distintas traducciones al español, los traductores emplean algunas voces diferentes, pero, si han hecho bien su labor, el sentido debe ser el mismo. Algunas de estas “versiones” son más fieles que otras.

Muchas ediciones tienen notas en el margen o al pie de la página. Son pensamientos humanos y no forman parte de la revelación divina; por lo tanto, pueden ser buenos y útiles, o pueden ser falsos.

El apóstol Juan escribió: “Se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, y creyendo, tengáis vida en su nombre” (Juan 20:31), y también, “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna” (1 Juan 5:1).

Las Sagradas Escrituras no argumentan sobre la existencia de Dios. Más bien declaran que sí existe y que “es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay”
La Biblia se compone del Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. El Antiguo relata cómo Dios creó el universo, y la historia del mundo antiguo. Contiene también los Salmos y los escritos proféticos acerca del Mesías llamado el Cristo. En el Nuevo Testamento (que por el momento es lo que más le interesa a usted) los Evangelios tratan de la vida, pasión y muerte de Jesús; los Hechos de los Apóstoles relatan el principio de la Iglesia verdadera; las Epístolas enseñan sobre la vida cristiana; y, el Apocalipsis anuncia acontecimientos futuros. En estos veintisiete “libros” leemos del cumplimiento de muchas profecías expresadas en el Antiguo Testamento.

Antes de seguir leyendo, tenga presente que Jesús dijo: “Escudriñad las Escrituras, ellas son las que dan testimonio de mí” (Juan 5:3). Hoy día hay muchas opiniones acerca de las cosas de Dios, y cada persona está en el deber de comprobar su creencia a la luz de la misma Palabra de Dios. El apóstol Pablo le recordó a Timoteo: “Las Sagradas Escrituras… te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús” (2 Timoteo 3:1).

Así que, no ha de considerarse la Biblia como apenas un texto de ciencia, historia o filosofía. Leámosla con reverencia, buscando la verdad con corazón sincero. Dios no engaña.

Las Sagradas Escrituras no argumentan sobre la existencia de Dios. Más bien declaran que sí existe y que “es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay”. Las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas. Quien dice que no hay Dios, manifiesta que está ciego ante la evidencia. Hebreos 11:6; Romanos 1:20, 3:4.

Es más: hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres. Los muchos dioses de los hombres son ídolos. Nadie puede comprender o explicar cómo un solo Dios puede ser tres personas – el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo – porque somos humanos y finitos, pero Él es divino e infinito. Lo creemos porque la Biblia lo revela. 1 Timoteo 2:5; Mateo 28:19.

¿Quiere saber más acerca de Él, antes de que hablemos de usted?

A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer. El Señor Jesucristo era y es Dios manifestado en carne. 1 Timoteo 3:16; Juan 1:18.

Dijo Jesús en una ocasión que cierta cosa es imposible para los hombres, mas para Dios todo es posible. Lucas 18:2.

A lo mejor usted querrá aprender este trozo de memoria. Por lo menos querrá seguir leyendo aquí.

Ahora algo sobre usted

La Biblia enseña que el hombre y la mujer están formados por tres partes: espíritu, alma y cuerpo. 1 Tesalonicenses 5:23.

Por el espíritu el hombre tiene contacto con Dios. Nadie conoce las cosas de Dios sino el Espíritu de Dios (1 Corintios 2:11). La virgen María dijo: “Mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador” (Lucas 1:47). Esto prueba que el espíritu no es meramente la respiración del cuerpo.

Por el alma el hombre es consciente de sí mismo y de los demás. Ella expresa su personalidad. El alma no muere con el cuerpo; Jesús dijo: “No temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno” (Mateo 10:28). En la muerte el alma sale del cuerpo y continúa su existencia eterna. 2 Corintios 5:1.

El cuerpo es la parte terrenal y mortal del hombre. Pedro habla de abandonar el cuerpo y Pablo dice que si su morada terrestre — su cuerpo — se deshace, él tiene de Dios una casa en los cielos.

Es evidente pues que la existencia del ser humano no se limita a esta tierra; él ha de existir para siempre. No se acaba todo con la muerte. La muerte del cuerpo traslada el alma de su estado en el cuerpo a un lugar más allá, y veremos que puede ser un lugar de felicidad o de tristeza eterna.

Dios le ha dado al hombre libertad para obrar según su propia voluntad. Esto se llama el libre albedrío. Él les dio este poder a los ángeles también, los cuales fueron creados para el servicio de Dios. Algunos desobedecieron. El gran ángel Lucero, llamado ahora el Diablo o Satanás, se opuso a la voluntad de Dios y fue arrojado del cielo y otros ángeles con él.

Satanás está en el mundo; no está en el infierno como muchos se imaginan. “El dios de este siglo [mundo] cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio” (2 Corintios 4:4). Satanás no quiere que obedezcamos la voluntad de Dios, sino ganar para sí la voluntad humana.

El ser humano fue hecho libre pero perdió su libertad porque doblegó su voluntad para obedecer al pecado. Él se entregó a la idolatría y su corazón fue entenebrecido; se entregó a la inmoralidad y su cuerpo fue contaminado; se rebajó de sus nobles pensamientos hasta las prácticas bajas e indecorosas. Romanos 1:21,28.

Sin embargo, su destino depende de su propia elección. Dios no quiere que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento (2 Pedro 3:9). Todo hombre y mujer puede escoger obedecer a Dios y recibir la vida eterna que Él da. “El que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente” (Apocalipsis 22:17).
¿Y usted? “Vivo yo, dice el Señor, que ante mí se doblará toda rodilla, y toda lengua confesará a Dios. De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí” (Romanos 14:11,12).

¿Es justo que hablemos así, diciendo que Dios ha visto a todos nosotros como pecadores perdidos? ¿Pero acaso no estamos citando vez tras vez la Biblia, el mensaje de Dios para nosotros?

Todos pecaron

Algunos creen que el pecado comprende apenas los crímenes e injusticias mayores. En cambio, el apóstol Pablo afirma que “todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). El pecado no es tan sólo hacer algo que la sociedad no aprueba; es no tener la intachable justicia de Dios. Todo ser humano está por naturaleza en esta triste condición.

Esta es la regla divina, aun para nosotros. El pecado rompe la comunión entre Dios y el hombre (Isaías 59:2). Trae la miseria. Tarde o temprano, trae la muerte física también.
Los malos pensamientos, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez son pecados, así como el adulterio y el homicidio. Todos contaminan al hombre. Santiago 1:14,15; Marcos 7:21-23.

“Al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado” (Santiago 4:17). También, no cumplir nuestro deber es pecado. El que hace acepción de personas comete pecado, porque Dios dice: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Santiago , 2:8,9). Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos.

El Diablo, transformado en serpiente, engañó a Eva con astucia en el Edén. Los primeros capítulos del Antiguo Testamento relatan que los primeros humanos, Adán y Eva, vivían en la inocencia y gloria, con dominio sobre sí mismos y sobre la creación. Dios retuvo una sola cosa: el conocimiento del bien y del mal. Tal conocimiento fue representado en un árbol, y Dios dijo claramente a Adán que podía gozar de todo en aquel paraíso excepto de dicho árbol. Tomar de aquel árbol que Él puso por prueba les traería no sólo el conocimiento del mal sino también la participación en él. Adán y Eva desobedecieron. Su actuación fue rebeldía contra Dios, y se convirtieron en pecadores. Génesis 3:6,22; 2 Corintios 11:3.

¿Qué resultado trae el pecado? “El pecado entró en el mundo por un hombre [Adán], y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12). Y, “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). Adán murió espiritualmente de una vez al pecar; es decir, la amistad que tenía con Dios fue rota, y él fue separado de la presencia divina. Físicamente, él murió muchos años más tarde.

Esta es la regla divina, aun para nosotros. El pecado rompe la comunión entre Dios y el hombre (Isaías 59:2). Trae la miseria. Tarde o temprano, trae la muerte física también.

La raza humana pecó en su progenitor, Adán, de manera que existe la raíz del pecado en todo ser humano. Pero no somos condenados por lo que él hizo, sino por lo que nosotros mismos hacemos. “Del corazón salen los malos pensamientos» (Mateo 15:18-20), dijo Jesucristo mismo, y cuán cierto es. El apóstol Pablo escribe: “No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles. No hay quien haga lo bueno; no hay ni siquiera uno” (Romanos 3.10-12).

Es cuando Dios nos despierta que le buscamos de verdad; por naturaleza queremos hacer según nuestra voluntad propia.

Tengámoslo claro: Por medio de su Hijo, el Dios y Padre salva de los resultados del pecado. Él nos ofrece el perdón y nos libra de la condenación del pecado. Nadie se perderá por ser hijo de Adán, sino por no haber recibido la salvación que Dios provee por medio de Cristo.

La condenación es que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz porque sus obras eran malas (Juan 3:18,19). Y, valga añadir, fue Jesús, y sólo Él, quien pudo decir: “Yo soy la luz del mundo” (Juan 8:12).

Ahora vamos a hablar más de Él

Jesucristo es eterno. Él habló de la gloria que tenía con el Padre antes que el mundo fuese. No fue creado, sino creó todas las cosas y mantiene el universo. Juan 1:3. “En él fueron creadas todas las cosas …todo fue creado por medio de él y para él” (Colosenses 1:16).

Dios el Padre se refiere al Hijo como Dios también. Cristo recibió la adoración de los hombres como Dios mismo. Tomás le llamó, “¡Señor mío, y Dios mío!” y Jesús contestó, “Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron” (Juan 20:28,29).

El Hijo de Dios vino a este mundo en forma humana. Él nació de la virgen María, quien había concebido del Espíritu Santo. Siendo Dios, se hizo (y es) verdadero hombre. Él poseía espíritu, alma y cuerpo. Mateo 1:18, 26:38; Lucas 23:46; Juan 19:38.

Él sufrió lo que sufre todo ser humano: cansancio, sed, hambre.

“Fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”. Juan 4:6-8; Hebreos 4:15; Lucas 4:2; 1 Pedro 2:22.

Y, Jesús se ofreció a sí mismo como fuente de paz, vida, perdón y salvación. “¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?” (Marcos 2:7).

La muerte del Señor Jesucristo fue única. Dijo, “Nadie me quita la vida; tengo poder para ponerla y tengo poder para volverla a tomar” (Juan 10:18), y “Es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado [en la cruz]” (Juan 3:14). Su muerte fue a propósito, con el fin de redimir a la humanidad.

“Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos» (Hebreos 9:28). «Donde hay remisión de éstos, no hay más ofrenda por el pecado” (Hebreos 10:18). Así la muerte de Cristo excluye la necesidad de todo otro sacrificio de parte nuestra.

Bien, pero este escrito no es para hablarle a usted de un Cristo muerto, ni uno que está colgado en un cuadro en la pared. ¡Hablemos ahora de Uno vivo, glorificado, activo!

Cristo entregó su espíritu una vez que había exclamado, “¡Consumado es!” (Juan 19:30). Para asegurar su muerte, un soldado abrió su costado; salieron sangre y agua, comprobando que había muerto. Su cuerpo fue enterrado en un sepulcro nuevo, y éste fue sellado y guardado por soldados romanos. Pero al tercer día el Señor resucitó; su cuerpo salió vivo de la tumba. Lucas 24:6.

La resurrección de Cristo comprueba que Dios aceptó su muerte para cancelar los pecados nuestros que Él expió. Después, apareció con muchas pruebas durante cuarenta días, a veces a más de quinientos de sus seguidores. Romanos 4:25; 1 Corintios 15:1-6.

Luego ascendió al cielo, donde permanece poderoso para salvar e interceder por los que por Él se acercan a Dios. Él es el único pontífice verdadero; es un sumo sacerdote que puede compadecerse de nosotros y socorrernos. Hebreos 7:25; Romanos 8:34.

Pero los santos que han muerto, a quienes algunas personas claman en su apuro, no han sido resucitados.

Jesucristo dijo antes de su partida: “Vendré otra vez” (Juan 14:3). Los ángeles anunciaron: “Este mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros al cielo, así vendrá” (Hechos 1:11), y los apóstoles declararon: “He aquí viene con las nubes, y todo ojo le verá” (Apocalipsis 1:7). Él regresará con poder y gloria para juzgar a los que no son salvos. 2 Tesalonicenses 1:7-9.

Ahora usted querrá leer del glorioso tema de las buenas noticias

El gran mensaje de la Biblia es que Dios le ofrece la salvación ahora y para siempre, por fe en el Señor Jesucristo como su único y suficiente Salvador. Él la ofrece, pero usted la tiene que recibir.

La salvación quiere decir la liberación de un peligro personal o de una calamidad. Espiritualmente todos corren el peligro de muchas cosas. Por ejemplo, uno necesita la salvación porque es pecador en peligro de ser castigado. “Todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios» (Romanos 3:23). «La paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). El ser humano está perdido en su búsqueda de paz y solaz, pero “el Hijo del Hombre [Jesús] vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10).

Sin Cristo, somos ciegos en cuanto a lo espiritual. No nos ha resplandecido la luz del evangelio de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo (2 Corintios 4:4). La Biblia nos cataloga de enfermos. “Los sanos no tienen necesidad de médico”, dijo Jesús, “…no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento” (Mateo 9:12,13). Quizás peor, “todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado”. Pero, añadió Jesús, “si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (Juan 8:34-36).

Pedro predicó: “En ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre … en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12). Pablo expresó lo más importante del asunto: “Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9). “Por medio de él se os anuncia perdón de pecados… en él es justificado todo aquel que cree” (Hechos 13:38-39). La sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado (1 Juan 1:7). Otro gran versículo de la Biblia que usted querrá aprender de memoria es: “El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Juan 5:24).

¿Cómo obtiene usted esa gran salvación?

Pablo predicaba el arrepentimiento para con Dios, y la fe en nuestro Señor Jesucristo (Hechos 20:21). El arrepentimiento quiere decir más que tristeza por haber faltado. Es reconocerse perdido por completo, y confesarse pecador. Esto precede a un cambio de actitud; viene antes de la resolución de buscar al Señor (Marcos 1:15). El arrepentimiento conduce a la salvación que es en Cristo Jesús. Dijo Él: “Si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lucas 13:3,5).

Dios manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan, dijo Pablo en Atenas. La salvación tiene que venir por la fe personal en Cristo, quien dijo: “El que cree en mí, tiene vida eterna” (Juan 6:47). Esta creencia es más profunda que el mero saber que Cristo murió en una cruz. Significa más bien el creer que Él murió a favor de cada pecador individualmente.

También encierra la confianza plena en la obra de Cristo, y solamente Cristo, el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación (Romanos 4:25). “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1).

No es cuestión de creer en Dios, sino de creer a Dios cuando le ofrece a usted una salvación tan grande. “Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Romanos 10:9-10). Esto no es reconocer la verdad del evangelio; es apropiarse de todo corazón de Cristo y de la salvación que Él ofrece.

Seguramente usted ya se ha dado cuenta de que hay dos caminos. Jesús habló de esto: “Entrad por la puerta estrecha”. Luego explicó: Ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella. Estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan. Mateo 7:13,14.

La vida es como un viaje. Toda la humanidad se divide en dos grupos y hay dos caminos. La mayoría anda mal y termina en la perdición. La minoría halla el buen camino que conduce a la vida eterna. ¿Quién sale de viaje sin prepararse o sin saber adónde va? Nos toca, por lo tanto, considerar las palabras de Cristo.
Uno de los caminos es ancho porque muchos andan por él. Dios dijo: “Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles” (Romanos 3:12). Es porque empezamos mal. La puerta es ancha; nacimos todos con la raíz del pecado; seguimos por su camino por nuestra propia voluntad. No hay hombre ni mujer que no haya manchado su vida en algo.

La opinión humana no siempre concuerda con esto. Salomón escribió que todos los caminos del hombre son limpios en su propia opinión, y agregó que hay camino que al hombre le parece derecho, pero su fin es camino de muerte. Proverbios 14:12.

Caín, por ejemplo, era religioso y creía en Dios, ofrendándole las obras de sus manos en penitencia. Dios no las aceptó porque Caín había rehusado la sangre de un sacrificio (Génesis 4:4,5). El apóstol Judas, refiriéndose a este caso, lamentó que muchos siguen el camino de Caín (Judas 11). Van a la perdición a pesar de que dicen creer en Dios, y a pesar de sus penitencias.

Jesús habló no sólo de dos puertas y dos caminos, sino también de dos árboles y dos casas. Él hizo ver que es la naturaleza del árbol lo que determina su fruto, y es el fundamento de la casa lo que da su seguridad. El fruto malo y la casa caída son ilustraciones de personas con la confianza mal puesta en cuanto a la eternidad. ¡En el camino ancho caben toda clase de pecadores! Mateo 7:15-29.

Alguien se preguntará por qué es estrecha la puerta del camino bueno.

Este será el destino final de quien no tenga a Cristo. Se llama la muerte segunda, en contraste con el “nacer de nuevo”, o el segundo nacimiento que es la experiencia de ser salvo, de recibir a Cristo
Es lamentable pensar que Cristo haya tenido que decir que pocos son los que hallan el camino a la vida eterna. Pero, hoy en día, es así. Cada cual parece estar satisfecho con su propio camino, y pocos buscan la verdad de todo corazón. Se dejan engañar por la astucia del Diablo quien genera tanta confusión por las muchas religiones. Cristo no dijo que son muchos los caminos al cielo. Hay uno solo. La puerta es estrecha porque la entrada está limitada por las condiciones que Dios impone.

No cabe toda opinión humana, ni cabe un “evangelio” que pinta un camino aquí de perpetua prosperidad, comodidad o emoción superficial. Sólo Jesús ha podido proclamar: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6). El apóstol Pedro afirma que en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos. Ningún otro ha derramado sangre inocente en expiación por los pecados. El que busca perdón de otra manera, o por otro nombre, indica claramente que no tiene fe en el poder de la sangre de Jesús. Hechos 4:1.

Con razón, usted está pensando en este momento que toda puerta tiene sus dos lados. Hablando de la salvación, Cristo dijo: “Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo” (Juan 10:9). Cada cual está lado afuera, sin Cristo, o lado adentro, habiendo entrado por fe en la vida nueva y eterna.

Necesariamente, el camino ancho conduce a la perdición (Mateo 7:13). Jesús habló en cierta ocasión de dos hombres que murieron. Uno de ellos, llamado Lázaro, fue adonde estaba Abraham, salvo en el Paraíso. El otro al morir fue a los tormentos del Hades, el otro lugar de espera de los muertos. Al pedir misericordia — se trata de un hecho histórico — fue informado de que una grande sima está puesta entre él y el Paraíso, de manera que no le sería posible pasar de un lugar a otro. Lucas 16:19-31.

De ese comienzo de la condenación no hay escape. Ni plegarias ni misas pueden rescatar al alma perdida. Lejos de desear que sus familiares le acompañasen donde se encontraba, ese hombre pidió que se les avisara para que no fueran a parar ellos en ese tormento.

En el porvenir habrá la resurrección del cuerpo, cuando los perdidos de todos los tiempos irán a su juicio final. Se trata de la segunda de las dos resurrecciones que expuso Jesús, una de vida y otra de condenación: “Vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz, y saldrán”. Juan 5:28,29.

El apóstol Juan escribe en estos términos acerca del traslado de los perdidos que están en el Hades al Infierno: “Vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios. Fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. La muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos. Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda”. (Apocalipsis 20:11-15).

Este será el destino final de quien no tenga a Cristo. Se llama la muerte segunda, en contraste con el “nacer de nuevo”, o el segundo nacimiento que es la experiencia de ser salvo, de recibir a Cristo. Cada camino conduce irreversiblemente a su destino. Lucas 13:27; Juan 3:3-8.

Pero debemos hablar del destino dichoso. La persona renacida, o salva, no teme el porvenir. Al partir de esta vida — al salirse el alma del cuerpo — la tal persona va a estar con Cristo, que es muchísimo mejor (Filipenses 1:23). “Confiamos … estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor” (2 Corintios 5:8). Jesús dijo a sus discípulos: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay … voy, pues, a preparar lugar para vosotros” (Juan 14:1,2).

Es maravilloso lo que Pedro les escribió a personas salvas, personas que ya habían recibido a Cristo como su Salvador: “El Dios y Padre nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros” (1 Pedro 1:3-5).

Un día, quizás muy pronto, acontecerá algo maravilloso

Cristo vendrá al aire y resucitará los cuerpos de todos los muertos salvados. “No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta. Los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados” (1 Corintios 15:51,52).

En ese instante los demás salvos que aún estén vivos aquí serán trasladados al cielo sin morir, transformados ellos a la vez. “El Señor mismo, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tesalonicense 4:16,17).

Algún lector se va a preguntar si hay purgatorio. Es un invento de la religión humana. Los santos apóstoles nunca hablaron de él. El Señor Jesucristo habló de dos caminos y dos destinos, del Cielo y el Infierno, pero nunca de un purgatorio
Ellos participarán en el eterno gozo de la ciudad celestial. “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron» (Apocalipsis 21:4). «No habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán, y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes. No habrá allí más noche; Dios el Señor los iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 22:3-5).

Algún lector se va a preguntar si hay purgatorio. Es un invento de la religión humana. Los santos apóstoles nunca hablaron de él. El Señor Jesucristo habló de dos caminos y dos destinos, del Cielo y el Infierno, pero nunca de un purgatorio. El rico muerto, de quien usted leyó en Lucas 16, no tenía esperanza de expiar sus pecados para luego salir de sus tormentos.

“El Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados” (Mateo 9:6). Después, no. “Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio, así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos” (Hebreos 9:27-28). Testificamos que el Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo (1 Juan 4:14).

La vida natural procede de Dios, pero a causa del pecado humano esta vida no es eterna; es mortal. El cuerpo muere y el alma se separa de la vida física. Además de la muerte corporal, Dios habla de la muerte espiritual. Esta es la condición actual del hombre o mujer en sus pecados, apartado de la vida eterna. Pablo dijo a los convertidos de la ciudad de Éfeso: “Él [Cristo] os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados” (Efesios 2:1). Así, no es una prolongación de la vida natural sino una nueva y espiritual. En ella podemos gozar de la comunión o amistad con Dios.

Como el hombre inconverso — el que no ha nacido de nuevo, que no es salvo — está muerto espiritualmente aun en su vida terrenal, asimismo el hombre salvado posee ya la vida espiritual, la vida eterna.

Además, queremos ver ahora que la vida nueva viene por un nacimiento nuevo. Le dijo Jesús a Nicodemo, un hombre culto y religioso: “El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”. Nicodemo había mejorado su vida terrenal pero le faltaba la eterna. Jesús indicó que ésta no se relaciona con un nacimiento físico, sino que es una experiencia espiritual; es el comienzo de la vida eterna. Juan 3:1-21.

No podemos seguir sin hablar del Espíritu Santo. Solamente Él – porque es una persona — imparte la vida eterna. Leemos que los hijos de Dios “no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:12-13). Ni ritos ni bautizos ni nexos familiares pueden hacer eso. Es hermoso lo que Pablo escribió al evangelista Tito: “Cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador… nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo” (Tito 3:4-5).

Un gran principio bíblico es que “la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Romanos 10:17). Uno puede salvarse sin ayuda humana, sin predicador, sin sacerdote y sin entrar a una iglesia. El Espíritu de Dios hace la obra en uno. Oír su voz y aceptarla son los requisitos de otro famoso trozo que citamos arriba: “El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna» (Juan 5:24).

Pero si uno – usted, por ejemplo – no tiene que hacer nada espectacular para recibir esa vida nueva, ¿cuál es la evidencia de poseerla?

“La fe sin obras está muerta” (Santiago 2:26), pero la fe verdadera produce su buen fruto en la vida diaria. Cristo efectúa una conversión en la persona que le acepta. Muchos hablan mal del evangelio, pero nadie puede negar que ha cambiado radicalmente a millones.

“Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí, todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17); “Si fuéremos infieles, él permanece fiel; él no puede negarse a sí mismo” (2 Timoteo 2:13). Nadie puede decir que no podría permanecer, porque Cristo puede “salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (Hebreos 7:25).

Usted tiene que decidir

Usted tiene que decidir. La salvación para la vida eterna es de tanta importancia que demanda que uno recapacite bien. El dejar de decidir es de hecho optar por rechazar.

Pilato preguntó: “¿Qué, pues, haré de Jesús llamado el Cristo?” (Mateo 27:22). Él se lavó las manos delante de todos para declararse inocente del rechazo de Cristo, pero su neutralidad le condenó. Cristo había dicho: “El que no es conmigo, contra mí es” (Mateo 12:30). Si no pasamos por la puerta que es Jesús, estamos en el camino ancho; si no tomamos el paso de fe, vamos rumbo a la condenación.

Agripa le contestó a Pablo, después de oír su presentación del evangelio: “Por poco me persuades a ser cristiano” (Hechos 26:28). Luego él aplazó la decisión y nunca llegó a ser cristiano. Otro gobernador romano, Félix, dijo: “Ahora vete; pero cuando tenga oportunidad te llamaré” (Hechos 24:25-27). Pero, a pesar de haber conversado con Pablo durante dos años siguientes, nunca llegó a ser cristiano. El Diablo siempre dice Mañana, pero ese mañana no llega nunca. Dios dice Hoy: “He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación” (2 Corintios 6:2).

Si uno reconoce la verdad de la evaluación divina del ser humano, y ve el peligro que corre, ya está cerca del reino de Dios. Sin embargo, falta la cosa principal: apropiarse de la salvación, tomarla para sí mismo. Por ejemplo, el médico receta el remedio apropiado para el enfermo, pero de nada vale hasta que el enfermo siga la indicación y acepte para sí la solución a su alcance. El hambriento puede tener el pan en la mano sin dudar que le saciaría, pero sigue con hambre hasta que se la coma. Jesús dijo: “Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás” (Juan 6:35).

La decisión se hace, pues, con sencilla fe en Cristo: “Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesores con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo” (Romanos 10:8,9). Bueno es doblar la rodilla en oración a Cristo, pero no delante de imagen alguna, para darle las gracias por su salvación.

Si su decisión es negativa, aplica la pregunta: “¿Cómo escaparemos nosotros si descuidamos una salvación tan grande?” (Hebreos 2:3). A su vez, Pedro pregunta: “¿Cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios?” (1 Pedro 4:17). Si bien “el que en él cree, no es condenado”, el resto de la cita es: “el que no cree, ya ha sido condenado” (Juan 3:18).

Para el creyente, la victoria es segura, con todo y que Satanás ruja y los incrédulos se opongan. “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33), dijo Jesucristo. “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Romanos 8:31).

Donald R. Alves y Neal R. Thomson

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