Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloriaIsaías 6:3
Dios se deleita en la santidad, por eso encontramos en los salmos tres ocasiones en que se habla de la «hermosura de la santidad» (Salmo 29:2, 96:9, 110:3). De allí que la vida de Cristo fue tan preciosa delante de los ojos del Padre. En su nacimiento dijo el ángel: «por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios» (Lucas 1:35), no traía la contaminación del pecado con la cual nacemos todos nosotros. Durante su ministerio los mismos demonios no lo podían ocultar: «¿qué tienes con nosotros, Jesús nazareno? ¿Has venido para destruirnos? Sé quién eres, el Santo de Dios» (Marcos 1:24), es que el ministerio de Cristo estaba marcado por la santidad, aunque las multitudes le veían y oían, Cristo les podía retar: «¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?» (Juan 8:46). También al momento de la crucifixión se nos dice «Mas vosotros negasteis al Santo y al Justo, y pedisteis que se os diese un homicida» (Hechos 3:14), debido que ni aun en la cruz, al llevar nuestros pecados, Cristo se contaminó.
¡Qué deleite para Dios ver a uno que es perfectamente santo! Pero también es una realidad presente e inmutable en el creyente en Cristo, que ha sido santificado por la fe en Él, así como una responsabilidad de que nuestra vida sea conducida diariamente en santidad, como nos dice 1 Corintios 1:2: «a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos».
Miguel Mosquera
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