Todo vuestro ser

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Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo 1 Tesalonicenses 5:23

Hay quienes piensan que lo importante es lo interno y no lo externo. Otros, aunque sin decirlo, por su manera de actuar, dan a entender que lo importante es lo externo, y aparentan que todo está bien, aunque por dentro la condición espiritual es decadente. No hay distinción. Tiene que haber una correspondencia entre lo que creemos y nuestra conducta. El cuerpo no va desligado del espíritu y el alma. «¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo…?» (1 Corintios 6:19). Otros caen en el error de los fariseos y sacerdotes en los tiempos del Señor, quienes «por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad» (Mateo 23:28). «Todo vuestro ser, espíritu alma y cuerpo». Tenemos espíritu, alma y cuerpo, pero somos uno.

«La voluntad de Dios es vuestra santificación» (1 Tesalonicenses 4:3). Debemos vivir una vida de separación. Hay una santificación posicional, que ocurrió en el momento de la salvación, «mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios» (1 Corintios 6:11). Esto no cambia. También hay una santificación práctica, que es lo que tiene en mente el apóstol Pablo al escribir este versículo: «el mismo Dios de paz os santifique por completo». Debemos vivir separados del mundo y del pecado, en santidad para Dios. No hay manera de vivir una vida separada y en santidad a no ser por la intervención divina. Nuestros propios esfuerzos son vanos para una vida de agrado a Dios. Requerimos que «el mismo Dios de paz os santifique por completo». Por eso debemos diariamente buscar su presencia y escuchar su Palabra. Ser guardados irreprensibles no significa que vamos a lograr la impecabilidad mientras estemos aquí en la tierra. Como el apóstol Pedro lo expresa en su epístola, «santificad a Dios en vuestros corazones… teniendo buena conciencia, para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, sean avergonzados los que calumnian vuestra buena conducta en Cristo» (1 Pedro 3:15-16).

Miguel Mosquera

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