Entonces el rey David dijo a Ornán: No, sino que efectivamente la compraré por su justo precio; porque no tomaré para Jehová lo que es tuyo, ni sacrificaré holocausto que nada me cueste1 Crónicas 21:24
A primera vista pareciera haber una contradicción entre las referencias de 2 Samuel 24 y 1 Crónicas 21, pero no es así. Arauna y Ornán son dos nombres para la misma persona. Él era el dueño de la era (lugar donde se trillaba el trigo) y del terreno completo. David pagó 50 siclos de plata por la era y los bueyes (2 Samuel 24:24), donde ofreció el sacrificio por el pueblo, mientras que pagó 600 siclos de oro por el terreno completo, donde fue construido el templo. El pago de la plata nos habla de la redención, visto en el sacrificio de aquellos bueyes, mientras que el pago del oro nos habla de la adoración y gloria, ilustrado en el templo.
Ornán se sentía honrado en otorgarle al rey todo lo que pidiera, la era, la madera y los bueyes, pero David sabía que el sacrificio tenía un costo y estaba dispuesto a pagar el “justo precio”. Esto nos hace ver en el precio tan costoso que pagó nuestro Salvador por nuestra redención. David pagó oro y plata, pero nosotros fuimos “rescatados… no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 Pedro 1:18-19). David ofreció la sangre de los bueyes, pero Cristo no se presentó con sangre ajena, sino que “se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado” (Hebreos 9:26).
¡Qué gran sacrificio y qué gran Salvador!
Ni sangre hay, ni altar; cesó la ofrenda ya;
no sube llama ni humo hoy, ni más cordero habrá.
Empero ¡he aquí la sangre de Jesús,
que quita la maldad y al hombre da salud!
Miguel Mosquera
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