En la pared de un centro comercial de Portoviejo, Ecuador, está colgado un reloj que marca las 6:59. Esa fue la hora en que este reloj se detuvo el 16 de abril de 2016 cuando un terremoto de 7,8 grados en la escala de Richter sacudió la costa pacífica ecuatoriana, convirtiéndose en el terremoto más destructivo desde 1987 para Ecuador, un país en donde, debido a encontrarse en el límite de la placa tectónica del Pacífico, los temblores se han convertido en algo frecuente. Pero no solamente el tiempo se detuvo para este reloj, sino también para más de 600 personas que perdieron la vida en el terremoto en Ecuador, marcando su paso a la eternidad.
También el reloj de nuestras vidas corre consistentemente. El tiempo pasa y hacemos planes, ejecutamos actividades, alcanzamos metas y nuestro reloj sigue andando. Ese reloj ha sido tan fiel marcando el tiempo y permitiéndonos vivir cantidad de experiencias que podemos llegar a pensar en que siempre va a estar andando, pero no es así, ya que llegará el momento en que también nuestro reloj se va a detener, marcando el final de nuestra vida aquí en este mundo y nuestro paso a la eternidad sin fin. Allí no habrá tiempo, no nos guiaremos por días, meses o años, porque ¡la eternidad es para siempre! «Acabamos nuestros años como un pensamiento. Los días de nuestra edad son setenta años; y si en los más robustos son ochenta años, con todo, su fortaleza es molestia y trabajo, porque pronto pasan, y volamos» (Salmo 90:9-10).
La eternidad puede ser en el cielo o el infierno. Así lo explicó el Señor Jesucristo, «Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan» (Mateo 7:13-14). En el cielo para aquellos que reciben a Cristo como Salvador, reconociendo su pecado y creyendo en Él. Cristo tiene poder para salvar y quiere hacerlo contigo también. El infierno, tristemente, para quienes rechazan el amor de Dios, en Cristo Jesús, y el regalo de la salvación, permaneciendo en sus pecados, alejados de Dios. Si llegares a morir hoy, ¿cuál será tu destino en la eternidad? ¿A cuál de estos dos lugares te diriges?
Todo se puede reconstruir, pero no se puede reconstruir las vidas perdidas y eso es lo que más nos dueleLos daños ocasionados por el terremoto son incalculables. Edificios colapsados, puentes, carreteras, casas, fábricas destruidas hay por doquier. Las máquinas excavadoras van dándose paso por la ciudad derribando todas aquellas edificaciones que han quedado tan dañadas que no pueden ser usadas nuevamente. Uno de los habitantes de Pedernales ve como una de estas máquinas destruye, en tres horas, el negocio que le tomó tres años construir. Son miles los damnificados, han quedado sin casa, sin empleo. Económicamente, las pérdidas son millonarias. En medio de este drama, el presidente Rafael Correa, dijo algo cierto que vale la pena mencionar «Todo se puede reconstruir, pero no se puede reconstruir las vidas perdidas y eso es lo que más nos duele».
¿Quién puede devolver al hijo que ha muerto, o al hermano, o a la madre? No se puede, cualquier otra cosa se puede recuperar o reconstruir, pero no las vidas perdidas. Y qué de aquel que se pierde eternamente en el infierno, ¿habrá quien lo rescate? Jesús nos hace esta importante advertencia, «Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?» (Marcos 8:36-37). Puedes pasar la vida en busca de los placeres temporales de este mundo, pero si pierdes tu alma, lo has perdido todo. No dejes que tu reloj se detenga y tu vida llegue a su final, para entonces pensar en la eternidad. Sé salvo hoy, prepárate para venir al encuentro de Dios. Que no sea tu caso una vida perdida para siempre, sino ganada para el cielo por la obra de Cristo en la cruz.
Miguel Mosquera
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